La civilización inca, como una de las más avanzadas
urbes, así como sus férreas creencias, se ven presentes en todos y cada uno de
los rincones de la ciudadela de Machu Picchu. El culto a las diferentes deidades,
la adoración a los dioses mediante rituales sagrados, la representación de los
diferentes momentos de la ciudad en sus tallas e imágenes por toda la ciudad,
muestran como Machu Picchu fue un emplazamiento sagrado para la civilización
inca, civilización la cual se veía a sí misma más cerca a sus dioses desde este
santuario en los Andes.
Por dicho carácter de santuario, Machu Picchu fue
exclusivamente construida para acoger a las más altas clases de la aristocracia
dentro de la jerarquía social de la civilización andina, hecho el cual ha
podido dar explicación a las continuas celebraciones que se realizaban en la
ciudadela con motivos tanto de carácter religioso como de carácter cívico o
social: rituales sagrados para aumentar la fertilidad, oraciones para implorar
a los diferentes fenómenos meteorológicos, celebraciones por las llegadas de
las temporadas estivales, así como ceremonias y congregaciones de los
ciudadanos y sacrificios a las distintas deidades incas.
El hecho de que la civilización inca ejercía la
práctica de multitud de doctrinas, algunas de ellas tan importantes como la
meteorología, la astrología, la arquitectura o incluso la medicina, se ha
podido llegar a comprender gracias a sus diferentes construcciones, símbolos y
edificaciones, todas ellas siempre estrechamente relacionas con una de estas ya
mencionadasdisciplinas. La Roca Funeraria es uno de estos símbolos tan
importantes para esta civilización que representa lo que hoy en día se conoce
como la práctica de la medicina forense, pues esta civilización ejercía
la práctica de la momificación de cadáveres.
La Roca Funeraria, situada en el sector agrario de la
ciudad, tomó su nombre de las diferentes hipótesis de la comunidad expertade
antropología tras los múltiples descubrimientos de fosas con restos humanos. La
roca presenta un carácter simbólico que llevaba a la entrada de la necrópolis
de la ciudadela de Machu Picchu. Su cercanía a este cementerio le otorgó el
carácter de ídolo, por lo que el área donde se encuentra podría haber llegado a
acoger la celebración de un gran número de las ceremonias funerarias y ofrendas
religiosas de la ciudad.
La Roca Funeraria representa la capilla santuario de
la ciudad de Machu Picchu. Los hallazgos arqueológicos han podido explicar que
el diseño de la Roca Funeraria fue realizado para servir como capilla pues
presenta los elementos comunes de este tipo de edificaciones. Se pueden
apreciar una serie de peldaños que forman una pequeña grada así como la
existencia de un granaro que recuerda al diseño de una argolla.
Debido a su carácter funerario, esta construcción fue
designada para acoger el proceso de momificación mediante el procedimiento de
secado de cadáveres embalsamados. Sin embargo, otras teorías han querido
explicar que la Roca Funeraria tenía además una estrecha relación con el
estudio de los astros y más particularmente del sol pues, la luz de éste
incidía en ella durante la época hibernal del año, fenómeno que podría haber
formado parte de las creencias religiosas de esta civilización.
Tras las huellas de Hiram Bingham - Federico KauffmannDoig
El deseo de identificar la legendaria ciudad de
Vilcabamba (Wilkapampa), último reducto de los reyes incas refugiados en la
inhóspita región de Vilcabamba entre 1536 y 1572, condujo a Hiram Bingham
(1875-1956), historiador y profesor de la Universidad de Yale, a que
hollara Machu Picchu y
diera a conocer al mundo su existencia.
Fue en 1911 cuando Bingham llegó al Cusco en busca de
la ciudad de los incas. Su brújula le sugería internarse más allá de las
nacientes del Vilcabamba, que vierte sus aguas al Urubamba a la altura de
Chaullay. Antes de emprender la jornada, obtuvo en Cusco noticias sobre Machu Picchu. Como
quiera que ellas indicaran que esas ruinas estaban próximas al itinerario que
debía seguir para abordar la legendaria Vilcabamba, se detuvo en el paraje de
Mandorbamba y desde allí ascendió aMachu Picchu.
En aquella oportunidad se detuvo solo un día y estimó
que no podía ser la ciudadela que buscaba, por cuanto su ubicación no coincidía
con la indicada por las fuentes históricas consultadas, en especial las
informaciones consignadas en la crónica de fray Antonio de la Calancha
(1638).
En Mandorbamba, entrevistó al campesino Melchor Arteaga para que le certificara la magnitud de las ruinas de Machu Picchu, de las que en el Cusco le había hablado Albert Giesecke, rector de la Universidad San Antonio Abad. Deslumbrado por los comentarios de Arteaga, Bingham le pidió que lo guiara a cambio de una recompensa pecuniaria. En compañía de Arteaga y el sargento Carrasco, su custodio oficial, ascendieron por las escarpadas laderas cubiertas de tupida vegetación que separa Mandorbamba de las ruinas.
El hallazgo de Machu Picchu se produjo el 24 de julio de 1911. Este tesoro de la arquitectura incaica era hasta entonces ignorado por el mundo, aunque no ciertamente por ocasionales buscadores de tesoros y algunos campesinos de los alrededores, como lo hace constar en sus obras el propio Bingham. Al respecto refiere que, apenas llegado a las ruinas, le dieron encuentro miembros de las dos familias que allí radicaban. Se habían establecido en el lugar pocos años antes y cultivaban algunos sectores de las vetustas terrazas de cultivo, cerca de donde tenían sus chozas. Fue el niño Pablo Álvarez quien lo condujo al sitio mismo donde asomaban los imponentes muros de Machu Picchu, aún semiocultos por la densa vegetación del bosque de neblina. Tras contemplarlos Bingham, atónito, escribió en su diario: “ ¿Quién podrá creer lo que he encontrado?”
En Mandorbamba, entrevistó al campesino Melchor Arteaga para que le certificara la magnitud de las ruinas de Machu Picchu, de las que en el Cusco le había hablado Albert Giesecke, rector de la Universidad San Antonio Abad. Deslumbrado por los comentarios de Arteaga, Bingham le pidió que lo guiara a cambio de una recompensa pecuniaria. En compañía de Arteaga y el sargento Carrasco, su custodio oficial, ascendieron por las escarpadas laderas cubiertas de tupida vegetación que separa Mandorbamba de las ruinas.
El hallazgo de Machu Picchu se produjo el 24 de julio de 1911. Este tesoro de la arquitectura incaica era hasta entonces ignorado por el mundo, aunque no ciertamente por ocasionales buscadores de tesoros y algunos campesinos de los alrededores, como lo hace constar en sus obras el propio Bingham. Al respecto refiere que, apenas llegado a las ruinas, le dieron encuentro miembros de las dos familias que allí radicaban. Se habían establecido en el lugar pocos años antes y cultivaban algunos sectores de las vetustas terrazas de cultivo, cerca de donde tenían sus chozas. Fue el niño Pablo Álvarez quien lo condujo al sitio mismo donde asomaban los imponentes muros de Machu Picchu, aún semiocultos por la densa vegetación del bosque de neblina. Tras contemplarlos Bingham, atónito, escribió en su diario: “ ¿Quién podrá creer lo que he encontrado?”
Según comenta el propio Bingham, habían transcurrido
más de treinta años desde que, guiado por rumores, el ilustrado viajero Charles
Wiener (1851-1913) trató de alcanzar Machu Picchu en su
condición de explorador respaldado por los gobiernos de Perú y Bolivia, entre
1876-77. En el Plano del valle de Santa Ana, que incluye en su libro Perou et
Bolivie, ubica los topónimos Matchopicchu y Huaynapicchu con pasmosa
aproximación, gracias a los datos de informantes cercanos. Daniel Back ha
reparado en una mención cartográfica aún más antigua e ignorada por Bingham. Se
trata de los topónimos Machu Picchu y
Huayna Picchu que aparecen en el “Mapa de los valles de Paucartambo, Lares,
Ocobamba y la quebrada del Vilcanota”, que levantó en 1874 Herman Göhring y
difundió Back en un estudio en que examina las discusiones en torno a quién llegó
primero a Machu Picchu.
Cuenta Bingham que en el Cusco se le informó de un
viaje a Machu Picchu que en
1902 hizo Agustín Lizárraga en compañía de dos campesinos amigos. Añade que en
el Cusco, el propio Lizárraga “vendió una o dos vasijas que aseguraba,
provenían de Machu Picchu”.
En el Cusco se decía que antes de Lizárraga, hacia
1894, Luis Béjar Ugarte había llegado a Machu Picchu. Hay que subrayar,
con todo, que quienes antecedieron a Bingham carecían de motivación científica.
En efecto, las dos familias establecidas en el lugar moraban allí para
nutrirse, cultivando algunos sectores de los viejos andenes. En cuanto a los
ocasionales visitantes anteriores a Bingham en los que se quiere ver a los
‘auténticos descubridores’, les animaba tan solo el deseo de apoderarse de
tesoros ocultos. José Gabriel Cosío sentenció al respecto. “Machupiccho ha
sido, pues, conocido por muchas personas, aunque su celebridad tengamos que
deberla al Dr. Bingham”.
Se tiene por cierto que fue Albert Giesecke
(1885-1968), propulsor de la educación universitaria y la cultura cusqueña,
quien instruyó a Bingham acerca del punto desde donde podía acceder aMachu
Picchu, lugar que se ubicaba precisamente en la ruta elegida
para identificar el bastión neoincaico de Vilcabamba. Giesecke afirma que
Bingham: “antes de salir del Cusco estuvo con frecuencia en mi casa”. El propio
Giesecke, apenas un año antes de arribar Bingham, había encaminado sus pasos a Machu
Picchu. En compañía de Braulio Polo y la Borda, uno de los
propietarios de la hacienda Echarati, recorrió el valle del Urubamba hasta
Mandorbamba, al pie del cerro Machu
Picchu. Allí tomaron contacto con Melchor Arteaga, persona
clave, a quien posteriormente buscó Hiram Bingham para que lo condujoçera hasta
las ruinas. Empero, las intensas lluvias frustraron la expedición de Giesecke.
El hecho de que el mismo Bingham puntualice tales antecedentes habla a favor de la seriedad académica con que condujo su misión de explorador. Por lo mismo, aunque no fue el primero en llegar, no cabe regatearle el puerto de auténtico descubridor científico ni su condición de pionero de las investigaciones relativas a Machu Picchu. Fue él quien, consciente del portento de su arquitectura, exaltó y divulgó en el mundo entero este excepcional testimonio legado por los antiguos peruanos.
El hecho de que el mismo Bingham puntualice tales antecedentes habla a favor de la seriedad académica con que condujo su misión de explorador. Por lo mismo, aunque no fue el primero en llegar, no cabe regatearle el puerto de auténtico descubridor científico ni su condición de pionero de las investigaciones relativas a Machu Picchu. Fue él quien, consciente del portento de su arquitectura, exaltó y divulgó en el mundo entero este excepcional testimonio legado por los antiguos peruanos.
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