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miércoles, 9 de noviembre de 2016

EL INCA QUE CONSTRUYÓ MACHUPICCHU

EL INCA QUE CONSTRUYÓ MACHUPICCHU
Por Kim MacQuarrie, autor de Los últimos días de los incas

De acuerdo con la historia oral inca, en la primera mitad del siglo XV un gobernante se erigió para revolucionar el mundo andino en su totalidad y crear algunos de los más grandiosos monumentos arquitectónicos jamás conocidos. En ese tiempo, los incas constituían un pequeño señorío, uno de los tantos que se desarrollaban en los Andes y la costa, ubicado alrededor del valle del río Huatanay. Los incas relataron a los españoles que durante esa época eran gobernados por Viracocha, un hombre de edad avanzada. Enfrentado por el ejército de los poderosos chancas, el mandatario huyó, dejando detrás a su hijo Cusi Yupanqui. Este rápidamente tomó el mando, armó a su ejército y de alguna milagrosa manera derrotó a los invasores. Cusi Yupanqui destronó a su padre, organizó su propia coronación y cambió su nombre a Pachacuti, vocablo quechua que significa ‘el que mueve al mundo’, ‘cataclismo’ o ‘el que pone al mundo de cabeza’. Tal nombre fue un augurio, pues Pachacuti pronto daría un giro de 360 grados a la sociedad andina. 
Según la historia inca, Pachacuti tuvo una profunda experiencia religiosa cuando era joven, una suerte de epifanía que le reveló su naturaleza divina y le dio la visión de un futuro casi ilimitado. El padre jesuita Cobo escribió al respecto: 
Cuentan deste Inca, que antes de ser rey, como fuese una vez á visitar á su padre Viracocha, que estaba... cinco leguas del Cuzco, al tiempo que llegó á una fuente llamada Susurpüquiu, vio caer en ella una tabla de cristal, dentro de la cual se le apareció una figura de indio con este traje: en la cabeza tenía un lláutu como el tocado de los Incas, y de la parte alta del celebro le salían tres rayos muy resplandecientes, semejantes á los del Sol; en los encuentros de los brazos unas culebras enroscadas; las orejas horadadas y puestas en ellas unas grandes orejeras; el vestido era de la misma traza que el de los Incas; salíale la cabeza de un León por entre las piernas, y en las espaldas tenía otro cuyos brazos abrazaban los hombros de la estatua, y una manera de culebra que le tomaba las espaldas de alto á bajo; y que vista esta imagen, entró tal pavor en Pachacútic, que echó á huir; pero que ella le habló y llamó por su nombre desde dentro de la fuente, diciéndole: «ven acá, hijo, no tengas temor; yo soy el Sol, tu padre; sé que has de sujetar muchas naciones y tener muy gran cuenta con honrarme y hacer memoria de mí en tus sacrificios; » y que, dichas estas palabras, desapareció la visión, quedándose la tabla de cristal en la fuente, la cual tomó y guardó el Inca, y dice que le servía después de espejo en que veía todas las cosas que quería; y que en memoria desta visión, en siendo rey, mandó hacer una estatua del Sol ni más ni menos que la que había visto en el cristal; y edificó el templo del Sol llamado Coricancha, con la suntuosidad y riquezas que tenia al tiempo que vinieron los españoles, porque antes era pequeño y de humilde fábrica. Ítem, mandó en todas las tierras que sujetó á su Imperio edificar al Sol solemnes templos, y los dotó de grandes rentas, mandando á todos sus súbditos lo adorasen y reverenciasen. 

Tras convertirse en gobernante, Pachacuti puso todos sus esfuerzos rehacer el mundo andino de acuerdo a una única visión, comenzando por la ciudad de Cusco. Allí, llevó a cabo una intensa campaña de reconstrucción, reorganizando el diseño de la capital, derrumbando los viejos edificios, creando nuevas áreas públicas y ordenando la construcción de una miríada de palacios y edificios. Todos estos monumentos fueron levantados bajo una nueva forma de trabajar la piedra que Pachacuti luego prefirió llamar el estilo Imperial. Las piedras eran cortadas, pulidas y colocadas de forma tan perfecta que la habilidad y arte desplegados serían reconocidos siglos después como una de las maravillas del mundo moderno. 
No satisfecho con derrotar a los chancas, este ambicioso y joven gobernante pronto guió a su ejército cerca a los valles de Yucay (Vilcanota) y Vilcabamba, para conquistar un gran número de grupos étnicos. Para celebrar estas victorias, Pachacuti ordenó la construcción de un gran número de edificios reales: uno en Písac, otro en Ollantaytambo, y un tercero que sería eventualmente conocido como Machu Picchu. Estas tres inusuales construcciones estaban destinadas a ser ocupadas solo por el gobernante, un modelo que sería copiado por los incas sucesores así como por un pequeño número de nobles de alto rango, y sus tierras serían las únicas de carácter privado dentro del creciente imperio Inca. 
Pachacuti tenía en mente fines muy diversos y específicos al crear sus nuevas propiedades; quizás la más importante de todas fue afianzar el poder de su propio linaje. Se supone que cada nuevo Inca debía formar su propia panaca o linaje, convirtiéndose en el patriarca y fundador de una nueva línea familiar. Los cultivos y ganado que crecieran en las tierras privadas de Pachacuti estaban por lo tanto destinados a mantener a los miembros de su panaca real. Tras su muerte, las propiedades podían seguir siendo usadas por sus descendientes.

Un segundo propósito para construir estos predios reales fue conmemorar las recientes conquistas de Pachacuti: una vez terminados servirían como monumentos que reflejarían la audacia, poder e iniciativa del nuevo gobernante. Por último, estas propiedades podrían haber servido como retiros o resorts de lujo lejos de la capital donde solo el Inca y un selecto grupo de parientes y nobles pudieran descansar y a la vez comulgar con los dioses que residían en las montañas. 
De la misma forma en que fueron ordenados a construir los nuevos palacios y edificios del Cusco, se presume que Pachacuti elaboraba modelos a escala de sus futuros predios con barro; estos contaban con todas sus edificaciones, andenes y templos proyectados. Una vez que el Inca aprobaba los diseños, una legión de los mejores arquitectos, ingenieros, picapedreros y albañiles eran enviados a trabajar. 
Para conmemorar la conquista del valle de Vilcabamba, Pachacuti ordenó la construcción de su tercera propiedad sobre la empinada cresta de una montaña que dominaba al caudaloso río Urubamba. Los incas aparentemente llamaron a este nuevo sitio Picchu, que significa ‘cerro’. Al ser planificadas desde el inicio como parte de una propiedad privada de lujo, la ciudadela y sus comunidades satélites cercanas desplegaron los mejores ejemplos de la ingeniería y el arte incaico.
De hecho, el complejo que hoy es conocido como Machu Picchu fue cuidadosamente planificado y diseñado mucho antes de que la primera piedra de granito blanco fuera siquiera cortada y puesta en su lugar. Antes que nada, la ubicación tuvo que ser adecuadamente sagrada y espectacular a la vez; el sitio elegido por Pachacuti fue la cima de una montaña con una vista casi divina de toda el área y de los apus vecinos. Era esencial también que el sitio tuviera una fuente de agua limpia, una sustancia sagrada que pudiera ser usada para beber, bañarse y con fines rituales. Los ingenieros incas localizaron una fuente natural de agua justo arriba de la propuesta ciudadela y para llevarla al sitio diseñaron un canal que por gravedad llevaría el agua desde la cima de la montaña hasta el collado en donde se ubica la ciudadela. Allí, el agua sería distribuida a través de dieciséis fuentes rituales. 
Varias porciones de la cresta fueron cuidadosamente afirmadas y aplanadas conforme los trabajadores creaban cimientos de grava, piedras e incluso muros de contención subterráneos. Arqueólogos que han escavado en Machu Picchu han reportado que cerca del 60% de la ingeniería asociada con la ciudadela yace debajo de ella. Debido a la sólida arquitectura de granito y las intensas lluvias de la región, los ingenieros incas debían tener la certeza de que las locaciones escogidas para construir tuvieran cimientos capaces de soportar tanto el agua como el peso. Así, la construcción de la ciudadela en sí misma comenzó una vez que las bases estuvieron completas. Un ejército de trabajadores cortaba las rocas principalmente de una cantera ubicada en la misma estribación, usando una gran variedad de herramientas de piedra y bronce. Una vez que los primeros bloques de piedra fueron cortados, comenzó la construcción de los edificios, templos y palacios de Machu Picchu. 

Trabajadores y especialistas provenientes de todo el territorio fueron convocados a este remoto sitio, todos ellos supervisados por un grupo de arquitectos e ingenieros. Con el objetivo de equipar a la ciudadela con la última tecnología, los astrónomos incas trabajaron junto a los ingenieros y canteros para modelar observatorios que pudieran marcar de forma precisa los solsticios de verano e invierno así como otros eventos astronómicos. Otros trabajadores cumplieron con su mita o trabajo comunal, encargándose de la construcción de caminos que permitieran unir esta propiedad real con la capital, Cusco, y con otros centros recién construidos como Ollantaytambo, Písac y, eventualmente, Vitcos y Vilcabamba. Mano de obra adicional fue puesta a trabajar en las extensas terrazas agrícolas que proveerían alimento a los futuros habitantes de la ciudadela así como insumos para los sacrificios rituales. Rápidamente, el trabajo y la tecnología incas transformaron la abrupta selva de montaña en una serie escalonada de terrazas que eventualmente produciría hasta seis hectáreas de maíz sagrado. 
Cuando Machu Picchu estuvo finalmente listo para habitarse, en algún momento entre 1450 y 1460, el primer gobernante del recién creado imperio Inca, Pachacuti, arribó al lugar seguramente sobre una litera, en compañía de sus huéspedes reales, un gran séquito de sirvientes y al menos una parte de su harén. El mobiliario, alimentos, suministros, sirvientes y cocineros debieron haber sido cuidadosamente preparados para que el emperador pudiera relajarse a su gusto junto con sus invitados. 
De la misma forma que en la arquitectura cusqueña, gran parte del trabajo en piedra de la ciudadela pertenece al estilo imperial que impuso Pachucuti; de hecho, algunos edificios fueron construidos con rocas del tamaño de autos pequeños que pesaban más de catorce toneladas, cada una cortada y fijada perfectamente en su lugar. El agua proveniente del pico cercano a Machu Picchu descendía a la ciudadela a través de un canal de piedra y llegaba primero a las habitaciones de Pachacuti permitiendo que el inca tomara contacto solo con el agua más pura disponible en esas soledades. Una piscina de piedra labrada en la morada real permitía al inca darse un refrescante baño en total privacidad mientras que la habitación real era la única que poseía un lavatorio con agua corriente en Machu Picchu. 
Mientras Pachacuti se bañaba en privado, las voces de sus invitados deberían haber resonado a través de la plaza junto con los distantes sonidos de los orfebres tendiendo sus alforjas o martilleando el oro y la plata con los que creaban adornos, utensilios y joyas. Largas recuas de llamas arribaban constantemente al lugar, que desde la perspectiva de un cóndor, parecerían las largas y coloridas cuerdas de un quipu. Los alimentos y suministros traídos desde los Andes y de la selva eran cuidadosamente desempacados en una estación ubicada fuera de la ciudadela. Incluso en este retiro privado, los chasquis aparecían de forma periódica con mensajes para el gobernante y otros oficiales, que a su vez despachaban sus órdenes de vuelta a Cusco o a otras partes del imperio. No importaba dónde el Inca se mudase, su corte real lo acompañaba. Por lo tanto, cada vez que Pachacuti visitaba Machu Picchu, esta sublime y aislada ciudadela se convertía temporalmente en el centro del poder de todo el mundo inca. 
A pesar que las ruinas de Machu Picchu son hoy propiedad del Estado peruano, están abiertas al público y decenas de buses turísticos dejan al día a miles de visitantes cada año, en tiempos de Pachacuti este lugar fue un asunto privado y exclusivo. Los caminos -como todos los que habían a lo largo del imperio- estaban abiertos solo para aquellos individuos que viajaran por asuntos de negocios estatales. Con excepción de la familia de Pachacuti, los trabajadores que mantenían en funcionamiento la ciudadela y los invitados de élite que viajaban en literas a veces decoradas con metales preciosos y plumas iridiscentes de aves exóticas, Machu Picchu era desconocida para el resto de habitantes del imperio. En otras palabras, Machu Picchu fue el Camp Davis de Pachacuti -un lujoso retiro real construido por un hombre que casi sin ayuda transformó un pequeño señorío en el más grande imperio del Nuevo mundo. 

La ciudadela de Machu Picchu fue por lo tanto la tercera y quizás la más importante joya en la corona de monumentos arquitectónicos creados por Pachacuti, después de Písac y Ollantaytambo. Cálido y húmedo, este sitio sin duda fue un bienvenido respiro a los fríos otoños de la capital Inca y de los altos Andes en general. Incluso después de muerto y de que su cuerpo fuera embalsamado y momificado, los sirvientes de Pachacuti no dudaron en llevar a su divino emperador a visitar Machu Picchu, así como a los otros monumentos labrados por él en los Andes. Quizás, los ojos vacíos del inca brillaban a la distancia mientras los miembros de su panaca seguían disfrutando de los frutos que las conquistas y el trabajo sin paralelo de su fundador les habían regalado.

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